Sales de dentro de mí y te sientas en el borde
de la cama, enfrente de la ventana.
La escena es gris.
La luz es gris.
La habitación es gris.
Tú eres gris.
La distribución de la escena es
exactamente igual a los cuadros de Edward Hopper, solo que le faltan los
colores.
Me froto los ojos pues pienso que quizá mi
retina es la que ha cambiado los tonos.
Te observo: Veo tu perfil anguloso, el gesto
duro, te quedas como inerte y yo me distancio de la escena me sitúo al otro
lado del cuadro, miro desde fuera; y
no soy mas que un espectador... Un “Voyeur” de las obras de Hopper, disfrutando
en el exterior , aparcando los sentimientos y la empatía.
En un momento entiendo la complejidad de las
personas, veo cierto erotismo en las escenas cotidianas, encuentro placer en
ese voyeurismo ávido de realidades.
Quiero averiguar que les ocurre a estas
personas, examinar esas atmósferas frías y geométricas, busco personajes paralizados en sus escenas de
desolación.
Me apasionan esos protagonistas cortados por el silencio. Héroes
de la desidia, interpretes de lo cotidiano, de una vulgaridad tan aplastante que reconozco los mobiliarios, las luces y las sombras
En mi cuadro es más importante la luz que
el color, la luz que ilumina el descubrimiento.