Acomodo mis oídos a
la música de un jodido cortavenas como Travis Meeks. A todo volumen para no
sentir y a la vez sentirlo todo. Camino rápido, muy rápido, para que mis pasos
surtan el mismo efecto que con el hiriente músico.
Siempre me sigue sorprendiendo
cómo la música produce todo tipo efectos y emociones en el ser humano: vibrar,
recordar, estremecerse. Me parece alucinante como te transporta y te lleva a
mirar de fuera a dentro. A mi me conecta, como si de repente todo tomara
sentido y te llevase a comprender y sentir que eres tu mismo en perfecta comunión con el
día.
No se donde estás, a veces tampoco me importa, otras te extraño y recuerdo instantáneas de nosotros como si mi cerebro tuviera una colección de polaroid: Me miras y veo el brillo de tus ojos, yo hablo como un papagayo y me escuchas mirándome como si fuera una niña pequeña, siempre dudaba si realmente era por ternura o porque te reías de lo que decía como si acabara de contar un chiste sin gracia. Mirabas mis labios, estabas deseando besarme, yo esperaba tu abrazo y tú sabías cuando dármelo, me apretabas contra tu pecho durante un rato largo y yo aspiraba para encontrar tu olor camuflado por el perfume a camiseta limpia.
Volvíamos a caminar
deprisa y chismorreábamos sobre los personajes que encontrábamos en la ciudad. La
extraña fascinación que sentíamos por las viejas con carmín en sus bocas
desdibujadas, las mirábamos con una mezcla de repugnancia y admiración por esas
uñas roídas pintadas de rojo.
El Madrid que nos
gustaba era el de las pensiones de una estrella, las tiendas que conservan mostrador
de mármol, balconcitos con bombonas de butano, Casas de comidas, los bares
con olor a churros y sonido de tragaperras con la caña bien tirada y un ligero
tufillo a tasca.
Nos encantaba ver
escaparates, pero los que nosotros perseguíamos eran las zapaterías antiguas
donde aún venden las zapatillas de D. Pantuflo y zapatitos de lunares, las ortopedias con
piernas de plástico, aparatos y artilugios extraños, las tiendas de ropa
interior mostrando fajas y bragas de
tallas imposible, las ferreterías donde todo es un caos de metal.
Con nuestra ciudad creábamos
nuestras sensaciones, a tu lado siempre era como coger un tren en el último
segundo.
Y veo las putas,
tan solas y tristes como yo y leo los carteles de los mendigos y de nuevo finjo
que ya no me importas, que te extraño, te odio y me duele y sigo caminando por
este Madrid que era nuestro, y poco a poco las frases del músico van calando
mis huesos igual que la lluvia.