"Construiré una fuerza en la que me refugiaré para siempre" .
(Simone de Beauvoir)

19 de enero de 2013

MADRID, POLAROID Y MÚSICA EN MI CABEZA.

Madrid siempre me recuerda a ti. Llueve una lluvia perfecta, tan fina que apenas moja y hace que la ciudad parezca más bonita.

Acomodo mis oídos a la música de un jodido cortavenas como Travis Meeks. A todo volumen para no sentir y a la vez sentirlo todo. Camino rápido, muy rápido, para que mis pasos surtan el mismo efecto que con el hiriente músico.

Siempre me sigue sorprendiendo cómo la música produce todo tipo efectos y emociones en el ser humano: vibrar, recordar, estremecerse. Me parece alucinante como te transporta y te lleva a mirar de fuera a dentro. A mi me conecta, como si de repente todo tomara sentido y te llevase a comprender y sentir que eres tu mismo en perfecta comunión con el día.


No se donde estás, a veces tampoco me importa, otras te extraño y recuerdo instantáneas de nosotros como si mi cerebro tuviera una colección de polaroid: Me miras y veo el brillo de tus ojos, yo hablo como un papagayo y me escuchas mirándome como si fuera una niña pequeña,  siempre dudaba si realmente era por ternura o porque te reías de lo que decía como si acabara de contar un chiste sin gracia. Mirabas mis labios,  estabas deseando besarme,  yo esperaba tu abrazo y tú sabías cuando dármelo, me apretabas contra tu pecho durante un rato largo y yo aspiraba para encontrar tu olor camuflado por el perfume a camiseta limpia.

Volvíamos a caminar deprisa y chismorreábamos sobre los personajes que encontrábamos en la ciudad. La extraña fascinación que sentíamos por las viejas con carmín en sus bocas desdibujadas, las mirábamos con una mezcla de repugnancia y admiración por esas uñas roídas pintadas de rojo.

El Madrid que nos gustaba era el de las pensiones de una estrella, las tiendas que conservan mostrador de mármol, balconcitos con bombonas de butano, Casas de comidas, los bares con olor a churros y sonido de tragaperras con la caña bien tirada y un ligero tufillo a tasca.
Nos encantaba ver escaparates, pero los que nosotros perseguíamos eran las zapaterías antiguas donde aún venden las zapatillas de D. Pantuflo y  zapatitos de lunares, las ortopedias con piernas de plástico, aparatos y artilugios extraños, las tiendas de ropa interior  mostrando fajas y bragas de tallas imposible, las ferreterías donde todo es un caos de metal.

Con nuestra ciudad creábamos nuestras sensaciones, a tu lado siempre era como coger un tren en el último segundo.

Y veo las putas, tan solas y tristes como yo y leo los carteles de los mendigos y de nuevo finjo que ya no me importas, que te extraño, te odio y me duele y sigo caminando por este Madrid que era nuestro, y poco a poco las frases del músico van calando mis huesos igual que la lluvia.